Se les distingue desde el valle, y en ocasiones nos preguntamos cómo llegar a ellos... Estos pueblos encaramados nos atraen irresistiblemente hacia ellos: la ocasión para cambiar de perspectiva. Se pasa de unas vistas en contrapicado, al mundo inmersivo entre las callejuelas o las vistas frente a las extensiones que los rodean.
Cordes-sur-Ciel, la primera de las bastidas
Construida en 1222, durante la cruzada albigense, Cordes sur Ciel domina el tranquilo Valle del Cérou. Situada sobre su promontorio, como un faro en un mar de paisajes mágicos, es una de las etapas del Camino de Santiago. Tierra de arte y de cultura, es una verdadera joya arquitectónica gótica, clasificada entre los pueblos más bonitos de Francia. Al pasear llegaréis a su Jardín del Paraíso, una verdadera oda para el descubrimiento y el encanto. También podéis pasear junto al mercado cubierto medieval para descubrir su pozo de época. Y a lo largo de este paseo por la historia, descubriréis los numerosos talleres de artesanos y las galerías de artistas que os abren la puerta del saber hacer ancestral: ceramistas, joyeros, sopladores de vidrio, artesanos de cuero, de madera o de esmaltes.
Cordes-sur-Ciel cuenta hoy en día con 800 años de historia y sigue siendo atemporal.
Se dice que la ciudad fue construida sobre el cuerpo de un dragón dormido... ¿o vencido? El pozo de más de 100 metros de profundidad situado en el corazón, bajo el mercado cubierto, es el paso de la lanza que Saint-Michel utilizó para derrotarlo.
Puycelsi, uno de los pueblos más bonitos de Francia
Puycelsi da al Valle del Vère y al bosque de Grésigne. La mejor manera de disfrutar de esta situación de «altura» es recorrer el camino de ronda, a lo largo de los 800 m de murallas. Desde el peñasco rocoso, se pueden observar los colores cambiantes de los árboles a lo largo de las estaciones. Con gran emoción, los atardeceres de Puycelsi han adquirido un renombre de excepción. Un momento en el que parece que el tiempo se para en el corazón del pueblo. Se siente como la tranquilidad gana espacio en cada paso por el corazón de sus callejuelas pavimentadas y decoradas con casas con entramados de madera y ladrillos rojos.
Dominando el pueblo, la iglesia Saint-Corneille y su campanario atraen a los visitantes: entrad al corazón de la nave, con una longitud de 35 m y levantad la vista hacia el techo. Este fue realizado por los mismos artistas que los de la catedral de Albi: ¡mismos colores, mismos motivos y mismo encanto!
Castelnau-de-Montmiral, el monte desde donde se ve
Dominando el Valle del Tarn, Castelnau-de-Montmiral se muestra entre las bastidas emblemáticas de Gaillac. Todas las ocasiones son buenas para llegar a la plaza central rodeada de pórticos y donde resuenan las risas, las canciones y las conversaciones. Formando un escudo protector, la ciudad fue en su día un lugar de gran vigilancia y su fortaleza, inexpugnable. Hoy en día es posible evadirse en los alrededores gracias a varios senderos accesibles a pie, en bicicleta o incluso a caballo. A veces se disfruta de las vistas de las laderas y otras veces se atraviesan las hileras de vides siguiendo nuestro camino.
Penne, la fortaleza del vértigo
Con una altura de 90 m, Penne y su fortaleza situada como un nido de águila ofrece un punto de contemplación incomparable de las Gargantas del Aveyron y del bosque de Grésigne. Rodead el Castillo de Penne para descubrir toda la historia de este lugar único. Solos o acompañados por un guía que os contará todas las historias, hechos militares o anécdotas, descubriréis un lugar increíble. En verano, las fiestas medievales os adentran en la Edad Media con auténticas batallas con armaduras, ¡a los niños les encantarán! Punto de partida de rutas en canoa, Penne también dispone del río en la parte más baja.
En altura, ¡pero no demasiado!
Puycelsi se construyó con una altitud media de 280 metros, Cordes-sur-Ciel entre los 159 y los 320 metros, y Castelnau-de-Montmiral entre los 150 y los 486 metros. Alturas suficientes para disfrutar de unas vistas 360° y poder tener la impresión de dominar el mundo.